viernes, 6 de noviembre de 2015

El miedo

A lo largo de  mi vida he sentido diferentes tipos de miedos. Confieso que he vivido verdaderas situaciones de pánico ante la idea de perder un ser querido, sacar una mala nota, no lograr una meta propuesta, de que mi mamá me descubra en alguna mentirilla, de no estar a la altura de lo que esperan de mí, de no encontrar a mi gran amor, de quedarme sola y olvidada por las personas que amo; o miedo al dolor físico como parir, sacarme una muela, darme unos puntos, y hasta  inyectarme con una duralgina.

A mis 36 años puedo decir que casi todos los he vencido, bueno excepto el de perder a un ser querido. No logré una meta?, pues me consuelo proponiéndome otra más alcanzable; además aprendí que los verdaderos amigos nunca te dejan sola y que el amor está en todas partes. Creo que he amado lo suficiente y me han amado, por lo que vivo eternamente enamorada de las personas que tengo a mi alrededor. Adoro la familia que he logrado crear junto a mi amor eterno.

Sin embargo, desde hace un tiempo estoy experimentando un nuevo tipo de miedo. Uno que me desvela, me pone a pensar, me estruja y me encoje. Es el miedo a no estar ahí para mis hijos para mimarlos, malcriarlos, alimentarlos, protegerlos, consolarlos en su primer desengaño amoroso, o educarlos en los valores en los que creo. Me aterroriza la idea de no verlos crecer y me entra pánico pensar que pudiera perderlos. Quizás ahora entiendo mejor el desespero de mi abu y el dolor infinito de mi tía. 

viernes, 9 de mayo de 2014

Recordando a Gabo: La novela de sus recuerdos

Para recordar al Gabo nada mejor que esta crónica escrita por Fidel, y que Granma rescató para los lectores.
Fuente: Granma Internacional. 08/12/02

Gabo y yo estábamos en la ciudad de Bogotá el triste día 9 de abril de 1948 en que mataron a Gaitán. Teníamos la misma edad: 21 años; fuimos testigos de los mismos acontecimientos, ambos estudiábamos la misma carrera: Derecho. Eso al menos creíamos los dos. Ninguno tenía noticias del otro. No nos conocía nadie, ni siquiera nosotros mismos.



Foto: Cubadebate
Casi medio siglo después, Gabo y yo conversábamos, en vísperas de un viaje a Birán, el lugar de Oriente, en Cuba, donde nací la madrugada del 13 de agosto de 1926. El encuentro tenía la impronta de las ocasiones íntimas, familiares, donde suelen imponerse el recuento y las efusivas evocaciones, en un ambiente que compartíamos con un grupo de amigos del Gabo y algunos compañeros dirigentes de la Revolución.

Aquella noche de nuestro diálogo, repasaba las imágenes grabadas en la memoria: ¡Mataron a Gaitán!, repetían los gritos del 9 de abril en Bogotá, adonde habíamos viajado un grupo de jóvenes cubanos para organizar un congreso latinoamericano de estudiantes. Mientras permanecía perplejo y detenido, el pueblo arrastraba al asesino por las calles, una multitud incendiaba comercios, oficinas, cines y edificios de inquilinato. Algunos llevaban de uno a otro lado pianos y armarios en andas. Alguien rompía espejos. Otros la emprendían contra los pasquines y las marquesinas. Los de más allá vociferaban su frustración y su dolor desde las bocacalles, las terrazas floridas o las paredes humeantes. Un hombre se desahogaba dándole golpes a una máquina de escribir, y para ahorrarle el esfuerzo descomunal e insólito, la lancé hacia arriba y voló en pedazos al caer contra el piso de cemento. Mientras hablaba, Gabo escuchaba y probablemente confirmaba aquella certeza suya de que en América Latina y el Caribe, los escritores han tenido que inventar muy poco, porque la realidad supera cualquier historia imaginada, y tal vez su problema ha sido el de hacer creíble su realidad. El caso es que, casi concluido el relato, supe que Gabo también estaba allí y percibí reveladora la coincidencia, quizás habíamos recorrido las mismas calles y vivido los sobresaltos, asombros e ímpetus que me llevaron a ser uno más en aquel río súbitamente desbordado de los cerros. Disparé la pregunta con la curiosidad empedernida de siempre. "Y tú, ¿qué hacías durante el Bogotazo?", y él, imperturbable, atrincherado en su imaginación sorprendente, vivaz, díscola y excepcional, respondió rotundo, sonriente, e ingenioso desde la naturalidad de sus metáforas: "Fidel, yo era aquel hombre de la máquina de escribir".

A Gabo lo conozco desde siempre, y la primera vez pudo ser en cualquiera de esos instantes o territorios de la frondosa geografía poética garciamarquiana. Como él mismo confesó, lleva sobre su conciencia el haberme iniciado y mantenerme al día en "la adicción de los best-sellers de consumo rápido, como método de purificación contra los documentos oficiales". A lo que habría que agregar su responsabilidad al convencerme no solo de que en mi próxima reencarnación querría ser escritor, sino que además querría serlo como Gabriel García Márquez, con ese obstinado y persistente detallismo en que apoya como en una piedra filosofal, toda la credibilidad de sus deslumbrantes exageraciones. En una oportunidad llegó a aseverar que me había tomado dieciocho bolas de helado, lo cual, como es de suponer, protesté con la mayor energía posible.



Foto: Archivo
Recordé después en el texto preliminar de Del amor y otros demonios que un hombre se paseaba en su caballo de once meses y sugerí al autor: "Mira, Gabo, añádele dos o tres años más a ese caballo, porque uno de once meses es un potrico". Después, al leer la novela impresa, uno recuerda a Abrenuncio Sa Pereira Cao, a quien Gabo reconoce como el médico más notable y controvertido de la ciudad de Cartagena de Indias, en los tiempos de la narración. En la novela, el hombre llora sentado en una piedra del camino junto a su caballo que en octubre cumple cien años y en una bajada se le reventó el corazón. Gabo, como era de esperarse, convirtió la edad del animal en una prodigiosa circunstancia, en un suceso increíble de inobjetable veracidad.

Su literatura es la prueba fehaciente de su sensibilidad y adhesión irrenunciable a los orígenes, de su inspiración latinoamericana y lealtad a la verdad, de su pensamiento progresista.

Comparto con él una teoría escandalosa, probablemente sacrílega para academias y doctores en letras, sobre la relatividad de las palabras del idioma, y lo hago con la misma intensidad con que siento fascinación por los diccionarios, sobre todo aquel que me obsequiara cuando cumplí 70 años, y es una verdadera joya porque a la definición de las palabras, añade frases célebres de la literatura hispanoamericana, ejemplos de buen uso del vocabulario. También, como hombre público obligado a escribir discursos y narrar hechos, coincido con el ilustre escritor en el deleite por la búsqueda de la palabra exacta, una especie de obsesión compartida e inagotable hasta que la frase nos queda a gusto, fiel al sentimiento o la idea que deseamos expresar y en la fe de que siempre puede mejorarse. Lo admiro sobre todo cuando, al no existir esa palabra exacta, tranquilamente la inventa. ¡Cómo envidio esa licencia suya!

Ahora aparece Gabo por Gabo con la publicación de su autobiografía, es decir, la novela de sus recuerdos, una obra que imagino de nostalgia por el trueno de las cuatro de la tarde, que era el instante de relámpago y magia que su madre Luisa Santiaga Márquez Iguarán echaba de menos lejos de Aracataca, la aldea sin empedrar, de torrenciales aguaceros eternos, hábitos de alquimia y telégrafo y amores turbulentos y sensacionales que poblarían Macondo, el pequeño pueblo de las páginas de cien años solitarios con todo el polvo y el hechizo de Aracataca. De Gabo siempre me han llegado cuartillas aún en preparación, por el gesto generoso y de sencillez con que siempre me envía, al igual que a otros a quienes mucho aprecia, los borradores de sus libros, como prueba de nuestra vieja y entrañable amistad. Esta vez hace una entrega de sí mismo con sinceridad, candor y vehemencia, que le develan como lo que es, un hombre con bondad de niño y talento cósmico, un hombre de mañana, al que agradecemos haber vivido esa vida para contarla.

viernes, 31 de enero de 2014

Para Juan Gelman



El pasado 14 de enero murió el gran poeta y escritor Juan Gelman. Buscando poemas suyos aquí y allá, encontré publicado en el blog de mi amigo y excelente periodista, Yuris Nórido, una selección de algunos de sus poemas. 

Me dediqué entonces a releerlos una y otra vez. La lectura de esos poemas trajo recuerdos de mi etapa en la Universidad. En ese entonces no lo conocía muy bien y recuerdo que un amigo especial puso en mis manos por primera vez un libro de Gelman. 

Llevada también por la nostalgia de esos años y la tristeza que deja en nosotros la muerte de este excelente poeta, decidí reproducir en mi blog esos poemas que tan gentilmente Yuris rescató para los amigos. Aquí les va.


POEMAS DE JUAN GELMAN

Alza tus brazos...
Alza tus brazos,
ellos encierran a la noche,
desátala sobre mi sed,
tambor, tambor, mi fuego.
Que la noche nos cubra con una campana,
que suene suavemente a cada golpe del amor.
Entiérrame la sombra, lávame con ceniza,
cávame del dolor, límpiame el aire:
yo quiero amarte libre.
Tú destruyes el mundo para que esto suceda
tu comienzas el mundo para que esto suceda.

Ausencia de amor
Cómo será pregunto.
Cómo será tocarte a mi costado.
Ando de loco por el aire
que ando que no ando.
Cómo será acostarme
en tu país de pechos tan lejano.
Ando de pobre cristo a tu recuerdo
clavado, reclavado.
Será ya como sea.
Tal vez me estalle el cuerpo todo lo que he esperado.
Me comerás entonces dulcemente
pedazo por pedazo.
Seré lo que debiera.
Tu pie. Tu mano.

Certezas
A ver cómo es.
Estaba quieta la inquietud por una vez.
La desazón en sazón y
¡cómo se parecía el mundo a Gerarda
envuelta en sensaciones de encaje!
Las palabras chocan contra la tarde
                         /y no la descomponen.
La furia no me deja solo conmigo.
Habrá que recortar la sombra militar.
¡Camaradas especialistas en esperar cansancios:
apaguen el amor dudoso
que baja humilde y despacito!
Hasta el revés del cosmos morirá!

Costumbres
no es para quedarnos en casa que hacemos una casa
no es para quedarnos en el amor que amamos
y no morimos para morir
tenemos sed y
paciencias de animal

El juego en que andamos
Si me dieran a elegir, yo elegiría
esta salud de saber que estamos muy enfermos,
esta dicha de andar tan infelices.
Si me dieran a elegir, yo elegiría
esta inocencia de no ser un inocente,
esta pureza en que ando por impuro.
Si me dieran a elegir, yo elegiría
este amor con que odio,
esta esperanza que come panes desesperados.
Aquí pasa, señores,
que me juego la muerte.

Epitafio
Un pájaro vivía en mí.
Una flor viajaba en mi sangre.
Mi corazón era un violín.
Quise o no quise. Pero a veces
me quisieron. También a mí
me alegraban: la primavera,
las manos juntas, lo feliz.
¡Digo que el hombre debe serlo!
Aquí yace un pájaro.
Una flor.
Un violín.

Escribo en el olvido...
Escribo en el olvido
en cada fuego de la noche
cada rostro de ti.
Hay una piedra entonces
donde te acuesto mía,
ninguno la conoce,
he fundado pueblos en tu dulzura,
he sufrido esas cosas,
eres fuera de mí,
me perteneces extranjera.

Fábricas del amor
Y construí tu rostro.
Con adivinaciones del amor, construía tu rostro
en los lejanos patios de la infancia.
Albañil con vergüenza,
yo me oculté del mundo para tallar tu imagen,
para darte la voz,
para poner dulzura en tu saliva.
Cuántas veces temblé
apenas si cubierto por la luz del verano
mientras te describía por mi sangre.
Pura mía,
estás hecha de cuántas estaciones
y tu gracia desciende como cuántos crepúsculos.
Cuántas de mis jornadas inventaron tus manos.
Qué infinito de besos contra la soledad
hunde tus pasos en el polvo.
Yo te oficié, te recité por los caminos,
escribí todos tus nombres al fondo de mi sombra,
te hice un sitio en mi lecho,
te amé, estela invisible, noche a noche.
Así fue que cantaron los silencios.
Años y años trabajé para hacerte
antes de oír un solo sonido de tu alma.

Gotán
Esa mujer se parecía a la palabra nunca,
desde la nuca le subía un encanto particular,
una especie de olvido donde guardar los ojos,
esa mujer se me instalaba en el costado izquierdo.
Atención atención yo gritaba atención
pero ella invadía como el amor, como la noche,
las últimas señales que hice para el otoño
se acostaron tranquilas bajo el oleaje de sus manos.
Dentro de mí estallaron ruidos secos,
caían a pedazos la furia, la tristeza,
la señora llovía dulcemente
sobre mis huesos parados en la soledad.
Cuando se fue yo tiritaba como un condenado,
con un cuchillo brusco me maté
voy a pasar toda la muerte tendido con su nombre,
él moverá mi boca por la última vez.

La rueda
El arco o puente que va
de tu mano a la mía cuando
no se tocan, abre
una flor intermedia.
¿Qué toca, qué retoca, qué trastoca
ese vacío de las manos
solas en su fatiga?
Nace una flor, sí,
se agosta en mayo como una
equivocación de la lengua
que se equivoca , sí.
¿Por qué este horror?
En la página de nosotros mismos
tu cuerpo escribe.

Límites
¿Quién dijo alguna vez: hasta aquí la sed,
hasta aquí el agua?
¿Quién dijo alguna vez: hasta aquí el aire,
hasta aquí el fuego?
¿Quién dijo alguna vez: hasta aquí el amor,
hasta aquí el odio?
¿Quién dijo alguna vez: hasta aquí el hombre,
hasta aquí no?
Sólo la esperanza tiene las rodillas nítidas.
Sangran.

Saber
El poema nada en un viento y brilla.
No sabe quien es hasta
que lo arrastran aquí, donde
seguramente morirá
a la intemperie de las bestias.
Me gustaría entender a las bestias
para entender mi bestia. La
realidad hace gemir con jadeos de animal.
¿Qué gracia fue ganada en su respiración?
Ninguna que no fuera perdida.
Abajo de lo suave crepita la sospecha.
En estas manos.

Una mujer y un hombre llevados por la vida...
Una mujer y un hombre llevados por la vida,
una mujer y un hombre cara a cara
habitan en la noche, desbordan por sus manos,
se oyen subir libres en la sombra,
sus cabezas descansan en una bella infancia
que ellos crearon juntos, plena de sol, de luz,
una mujer y un hombre atados por sus labios
llenan la noche lenta con toda su memoria,
una mujer y un hombre más bellos en el otro
ocupan su lugar en la tierra.

lunes, 21 de octubre de 2013

Mi abu

Este 15 de octubre se cumplió un aniversario de la muerte de mi abu, como la llamaba cariñosamente. Quizás porque aún es muy reciente su partida, duele saber que ya no está entre nosotros. Con el tiempo he aprendido que la muerte nos enseña a ver a las personas desde otra dimensión, a través de los recuerdos. Por suerte, ella me dejó miles para tratar de  vivir su ausencia física.

Mi abuela se llamaba Celia y vivió casi hasta los noventa y un años. Una edad privilegiada que no creo que mi generación conozca. Hija de un emigrante español y una cubana criolla y hermosísima, a la que tuvieron que casar a los 13 años por miedo a que se la llevaran para la manigua, mi abu era la mayor de las hijas del segundo matrimonio de mi bisabuela María, que dicen vivió hasta los 105 años. Se enamoró muy joven de mi abuelo y como antes nadie creía en casamientos y papeles baratos, se fue con mi abuelo, Juan, una madrugada en que todos dormían en la casa. "No vayas a creer hija, que antes nos ajuntábamos, pero el compromiso era para toda la vida", me decía ella muy seria cuando entablábamos una discusión de moral y religión. 

Más allá de los simples y normales debates, lo cierto es que la respetábamos mucho. Nadie solía discutir o poner en duda una afirmación suya. Para los treinta y pico de nietos, mi abu era la persona más especial de este mundo. La pobre, solo conoció el trabajo duro del campo, pero poseía una inteligencia excepcional. Siempre pensé que de haber vivido en otra época hubiera podido ir a la Universidad. A veces me pregunto si no existirán un grupito de personas que nacemos en épocas trocadas. De cualquier forma, me hubiera encantado intercambiar de época con ella, seguro que le sacaba mejor provecho que yo.

Mi abu eso sí, no era de esas abuelas que te sientan en el regazo y te cuentan miles de historias, no era tampoco la imagen de la fiel abuelita que está pegada a sus nietos malcriándolos. Ella siempre estaba enredada entre sus matas, tostando café criollo, recogiendo cilantro, preparando un cocimiento al vecino. Muchas veces, yo le decía que se me parecía mucho a Francisca, la protagonista del cuento de Onelio Jorge Cardoso. "Abuela nunca te vas a morir porque tú cansas hasta a la muerte", pensaba.

Mi abu no sabía filosofía, geografía, ni historia universal, pero tenía sensibilidad y la sabiduría del campo. Para cada problema encontraba una respuesta, para cada enfermedad un remedio casero y lo mismo cocinaba, cosía, bordaba, guataqueaba un campo. Incluso, muchos le reconocían sus grandes artes para la siembra. Sabía, por la experiencia de la vida, como debían ser los ciclos naturales para sembrar y nunca perdió una cosecha. Madre de nueve hijos, trabajaba en el campo hasta la hora de parir y después de tres días de descanso volvía al campo porque había que alimentar a los demás niños. Amó muchísimo a Fidel y murió con la convicción de que lo mejor que le había pasado a este país era la Revolución. "Ustedes no conocen lo que es pasar hambre, trabajo, que te exploten como un esclavo; ustedes hijas mías cuiden lo que tienen", repetía siempre.

Mi abuela contaba cuentos ingeniosos, sobre todo en las madrugadas de apagones largos durante el período especial. Casi todos eran relatos de espíritus, muertos y aparecidos. Como aquel del amigo Sebastián que en medio de su propio velorio se sentó en la cama y pidió café con leche para él. Dice mi abu, que incluso después de eso el pobre Sebastián duró muchos años y cuando en realidad se murió nadie quería ir al entierro. Todavía guardaba las revistas de cuando el ciclón del 32 asoló a Santa Cruz del Sur en Camagüey. Aún hoy puedo cerrar los ojos y escuchar la copla que los campesinos le sacaron y que mi abuela repetía con total exactitud.  

Ella también contaba entre risas como aprendió a leer sola. Resulta que los padres pagan las clases a un maestro del pueblo para que su hermano menor aprendieran las letras y los números, por eso del machismo. Pero contaba mi abu, que ni a palo le entraba al tío Vito las letras. Ella mientras fregaba, planchaba o barría la casa de tierra, se ponía a escuchar al maestro y luego repetía el abecedario en un viejo almanaque que existía en casa. Así, de manera autodidacta aprendió a leer, escribir, a sacar cuentas y anotar las cosas más importantes en su memoria. 

Cuando pequeña no me daba cuenta de la maravilla de tener una abuela como la mía. Solo cuando fui creciendo y aprendiendo las cosas esenciales de la vida comprendí que mi abuela era un libro de sabiduría. Cuando intenté que me enseñara todo lo que sabía, al menos esos remedios caseros que bien ayudan para aliviar un catarro, una fiebre que no quiere ceder, un dolor de cabeza... ya era demasiado tarde. Estaba muy viejita y le fallaba la mente. Sin embargo, a pesar de su edad nos dejó un mensaje: "en esta vida no se puede dejar de luchar por muy difícil que esté todo a tu alrededor". Ella vivió y murió como una luchadora, o al menos así la recuerdo yo.

Abu donde quieras que estés recibe un besito de tu nieta. Te amo. 

viernes, 18 de octubre de 2013

La solidaridad entre los cubanos



Desde hace mucho tiempo pensaba escribir sobre la solidaridad entre los cubanos, o lo que de forma muy natural llamamos "tenderte una mano". Pero por esas cosas de la vida en las que uno comienza a dar prioridad a asuntos importantes, aunque no esenciales, lo fui dejando. Sin embargo, hoy quiero reflexionar sobre ese tema.

En Cuba se suele afirmar, "nadie quiere a nadie, se acabó el querer", estribillo además de una canción que el grupo los Van Van popularizó por los años 80. Pero, ¿hasta qué punto eso es cierto? ¿Hemos cambiado tanto que nadie quiere a nadie?. A mí en lo personal la frase siempre me ha parecido un poco fuerte. En lo que sí concuerdo es que nuestra sociedad está cambiando como proceso natural. Para nada las sociedades son entes inamovibles, sino que al contrario están en continuo movimiento y responden a acontecimientos, escenarios y pautas que nosotros mismos vamos marcando. 

Hay que estar claro que dentro de ese fenómeno debemos ser cuidadosos en salvar normas y principios elementales. Por ejemplo, en mi casa me enseñaron como norma general que nadie es superior a otro; en ese sentido mi abuelita semi analfabeta siempre me decía: "hija a las personas no se les valora por el color de la piel, por la riqueza que posea o por su preferencia sexual, a la gente se le mira a la cara y se le valora por la gentileza del alma o lo que sean capaz de enseñarte"; el otro principio de mi abuela era, "agradece eternamente a la persona que te ayuda sin preguntar ni pedir nada a cambio"; el tercero, "respeta a las personas mayores y escucha siempre lo que tengan que decirte,  las canas no son por gusto"; y el último principio: "se solidario por naturaleza,  que ningún remordimiento agobie tu alma y tu pensamiento".

De ese precisamente soy una fiel seguidora y defensora. En los últimos tres años de vida he tenido que enfrentarme a acontecimientos fuertes como fue la enfermedad de mi mamá, la operación de cáncer de papi, hospitalización de mi hijo y enfermedades mías propias. En todo ese tiempo siempre sentí el apoyo de un amigo, el conocido, aquel que con el que apenas hablas, pero que se enteró de tu problema y te sacude por los hombros y te dice que ahí está él para cualquier cosa; o el más reciente, el regaño cariñoso de un vecino que se acaba de enterar que estás hospitalizada y no entiende por qué no se le aviso antes. Ese mismo vecino que te repite varias veces, "hija pero para que somos cubanos", "aquí estamos para ayudarnos".

Resulta de verdad muy tranquilizador saberte en la cama de un hospital en el fin del mundo, con gente de otra cultura e idioma, pero tranquila de que tu esposo y tu hijo de tres años están siendo apoyados y atendidos por amigos que acabas de conocer y que te recuerdan "somos o no somos cubanos". Realmente soy una fiel desconocedora de cómo funcionan las sociedades en otras partes del mundo, pero desde el fondo de mi corazón les digo: amigos, conocidos, colegas, cubanos todos, gracias por mostrarme que somos el mejor pueblo del mundo!!!!!.   
























miércoles, 9 de octubre de 2013

Diego, papá y el béisbol

Diego y papáEl fútbol parece ser el deporte favorito de la gran mayoría de los más de 7000 millones de personas que vivimos en la Tierra. Desde hace un tiempo en Cuba se puede observar a muchos jóvenes que están en las esquinas hablando de la liga europea y, como la discusión entre cubanos siempre llega al punto de la gritería, desde lejos uno puede  escuchar la defensa apasionada que hacen del equipo español. Lo que llama poderosamente mi atención es que los cubanos al parecer nos hemos convertido en especialistas de fútbol. Sabemos del pi al pa las veces que el Barcelona o el Real Madrid han ganado. Al parecer, todos se mantienen muy al tanto del tema.

Yo confieso que apenas se de fútbol. Solo sigo los mundiales, y porque juegan Brasil y Argentina. La primera vez que me senté a ver un juego tenía 18 años y recuerdo que gritando le dije a otra compañera, mira ese niño le ha dado a la pelota con la cabeza!!!!. Se podrán imaginar las risas y  burlas que desperté entre mis compañeros de clases.

Pero no es de ese deporte del que quiero hablar, sino más bien de otra pasión: el béisbol o como muy cubanamente decimos, la pelota. Pues resulta que este fin de semana Diego, papá y yo fuimos a un juego de pelota. Mi esposo debía jugar contra unos amigos de Cuba. Creo que era la primera vez que se mostraba al bate. Cada vez que salía a batear, yo escondía la cabeza para no pasar pena. A pesar de mi miedo, él como todo buen cubano hizo una actuación decorosa.

Lo más llamativo del partido fue que Diegui, al que con sus tres años solo le gusta dar a la pelota con el pie, quería un bate y un guante para jugar. Tratamos de explicarle que era muy pequeño, pero a pesar de nuestros argumentos, él como todo cubano parecía conocer el arte de la pelota, el manejo del guante y las reglas para jugar. Y amigos, ahí comprendí que a pesar del fanatismo del fútbol, un auténtico cubano siempre sabrá y hablará de la pelota. Espero que el amor por nuestro deporte no se pierda entre tantos símbolos del Barcelona y el Real Madrid que hoy están por todas partes. Viva el béisbol señores!!!!!.